


Aprender
El viaje de quien decide escribir
Empezar a escribir una novela es una de las decisiones más emocionantes —y también más desafiantes— que puede tomar un escritor. No basta con tener una idea brillante: escribir supone comprometerse con una historia y con uno mismo. Es un proceso de descubrimiento que nos obliga a mirar dentro, a entender por qué queremos contar algo y qué nos mueve a hacerlo.
En esta sección, Aprender, quiero acompañarte en ese camino. Todas las semanas, en mi perfil de Facebook, en el de Instagram y aquí, en mi blog, encontrarás explicaciones sencillas sobre las distintas fases que componen la creación literaria: desde cómo elegir el tema de tu historia, hasta construir la trama, diseñar los personajes o dar vida a los escenarios. Todo ello explicado de manera práctica, pero también desde la emoción que supone crear algo propio.
Cada tema estará ilustrado con ejemplos reales de mi novela Memorias de un tiempo robado, para que veas cómo las ideas evolucionan desde el primer impulso hasta convertirse en un relato completo. Analizaremos decisiones, errores, aciertos y aprendizajes que pueden ayudarte a encontrar tu propia voz narrativa, también plantearemos supuestos prácticos que te ayuden a evolucionar y coger confianza.
Mi propósito con esta sección no es enseñarte a escribir “como yo”, sino invitarte a reflexionar y experimentar. Porque la escritura no se trata solo de dominar una técnica, sino de aprender a escuchar las historias que llevamos dentro. Ya lo sabes, si te apetece embarcarte en este viaje de destino difuso, sígueme por Facebook, Instagram o aquí, en mi blog, donde de forma semanal iré publicando contenido que te ayude a ir descubriendo el mundo de la escritura paso a paso…
…porque escribir es emprender un viaje sin mapa, donde las palabras son los caminos y cada párrafo, una frontera que cruzamos sin saber si al otro lado nos espera la verdad o el espejismo.
Recuerdo… la vida de antes
Hoy, la mañana me ha premiado con un recuerdo, sin explicarme cuál ha sido la conexión capaz de trasladarme a ese momento.
Estaba en la ducha, y mi mente huidiza me llevó de repente a la habitación de mi abuela, aquel cuarto siempre en penumbra porque su única ventana estaba orientada a la cocina. Sobre la mesita de noche aún descansaba la imagen de la virgen. Siempre me había gustado aquella representación porque, si la sometías a la luz, después brillaba largo rato en la oscuridad.
Era mañana tardía y me sorprendió encontrarla aún en la cama.
– ¿Estás bien, abuela? -le pregunté.
-Sí, estoy muy a gusto en la cama, soy una vacamunda… – se excusó. Siempre me resultó muy gracioso el término que empleaba para referirse a la pereza.
– Bueno, no pasa nada, abuela -respondí yo-, ya has trabajado bastante, bien te mereces pasar una mañana en la cama.
Entonces dio unas palmadas en un costado y me invitó a sentarme junto a ella. Conversamos. No recuerdo los derroteros que cogió nuestra charla, pero acabamos hablando de sueños.
-¿Sueñas con el abuelo? -recuerdo haberle preguntado.
-Cada noche -respondió sin dudar.
Me sorprendió su determinación. Me parecía toda una suerte poder disfrutar por las noches de toda ese gente que ya no estaba con ella en su día a día. Sin embargo, sospecha que los amaneceres debían resultar muy difíciles de gestionar.
-Y… ¿qué sueñas?
Se agitó entre las sábanas, un tanto incómoda, como si estuviese indagando en una parte sagrada de su intimidad. Respondió casi rezongando.
-De todo… sueño con la vida de antes… como acarreábamos las mieses hasta la era, cuando compartíamos lindera con el tío Robustiano, que siempre tenía un arsenal de chascarrillos para amenizar la jornada… -la observé perder la mirada en el techo, vigilada por el Jesucristo crucificado que presidía la cabecera de su cama.
-¿Te gustaba más la vida de antes? -acerté a preguntar.
-Claro -respondió con evidencia-, ahora está todo perdido…
No sé el porqué de este recuerdo, tal vez tenga algo que ver con la encuesta que me hicieron ayer sobre lo que llaman la España vaciada, sobre lo que denominan empresarios del campo: agricultores y ganaderos. No me considero experta en nada, pero sí sé que son la base de la pirámide, imprescindibles, sin ellos no comemos, así de simple. Y también sé que en nuestra región tenemos mucha tierra de cultivo sin trabajar, sin embargo, importamos cereal cuando tenemos una tierra bien capaz de producirlo, ¿qué está pasando? ¿Qué medidas deben tomarse para que la gente pueda vivir trabajando en el campo?
Tal vez no tenga nada que ver con eso y sea simplemente un recuerdo que emerge de las profundidades de mi mente, como si se hubiese mantenido reposado bajo el polvo de los años dispuesto a mostrarse en el momento más inesperado. Sea como fuere, hoy volví a ti, abuela. Estés donde estés, espero que disfrutes de ese mundo onírico que tanto anhelabas. La vida de antes, tus recuerdos y vivencias, están plasmadas en una saga que, poco a poco, sigue llegando a más lectores.
Cielos de miel y barro, la vida de antes.
¿Quién soy?
Algunos de vosotros ya me conocéis, para los que no, mi nombre es Inés Gestoso y soy la autora de la saga familiar Cielos de miel y barro. ¿Escritora? Aún no estoy preparada para asumir tal calificación. Escribo porque llena mi vida, porque me apasiona (el papel me arrastra obligándome a sumergirme en miles de mundos posibles) a pesar de las frustraciones que ha supuesto este mundo de letras. Escribo pero no soy escritora. Si tengo que responder a la pregunta del encabezado, diré que hace dos meses pasé a formar parte de las listas infinitas que engrosan el paro, nada más. Un inmenso animal en el que yo, a ratos, me siento como un parásito más.
Cielos de miel y barro fue un proyecto que inicié en 2007. Once años después ya estaba a disposición del público. ¿Se tardan once años en escribir un libro? No necesariamente, pero en este caso, ese fue el tiempo que necesitó hasta que consideré que estaba listo. Y no todo fue empleado en escribir, ya sabéis, la vida y sus circunstancias… pero, aún así, siento que me precipité. Tenía que haber revisado concienzudamente el contrato de aquella primera editorial que aceptó el manuscrito, más después de que lo hiciese en un plazo inferior a un mes. Sólo los lectores más fieles te leen en tan corto plazo de tiempo, ninguna editorial «seria» diría que sí tan rápido. Desde entonces han pasado casi tres años, tiempo suficiente para espabilar a base de collejas, para saber que lo mejor del mundo literario son los lectores, que son los que no te mienten. Por lo menos yo, hasta el día de hoy, del resto sólo he recibido mentiras. Eso no quiere decir que haya perdido la confianza en editores y libreros, sólo que no elegí bien con quien asociarme. En esto, como en todo, hay luces y sombras.
En fin, que verse en el paro con casi cuarenta resulta frustrante. Reviso cada mañana las ofertas de empleo para desesperarme aún más. La controversia es que me ha permitido dedicarle más tiempo a aquello que me apasiona, tiempo para compartir mis inquietudes y para librarme del peso de los desengaños y los sueños malogrados. Pero… ¿sabéis? Como alguien dijo alguna vez, tengo que aprender a contrarrestar cada pensamiento negativo con uno positivo. ¿Qué estoy en el paro? Tal vez no resulte el final, tal vez sea, simplemente, otra oportunidad de volver a empezar.
¿Vamos a ello?
¿Cómo empezó todo?
No existe un momento en concreto que lleve asociado el nombre «comienzo», no sabría decir cuál fue. La escritura siempre ha estado, no así la sensación de querer contar algo al mundo. Siendo franca, os diré que la primera vez que empecé a escribir fue para llenar mi tiempo y apartar la soledad. No recuerdo la edad exacta, pero sé que no había abandonado el colegio, creo que no había cumplido diez años. Y os diréis… ¿soledad? ¿Una niña de diez años, tercera de cuatro hermanas? Sí, soledad, marcada por el entorno rural en el que me crie (cada vez más despoblado) en un momento de la vida en que la diferencia de edad con mis hermanas era insalvable.
En aquella época, además, dejó el pueblo la única niña de mi edad. Ella se fue y yo me quedé sin nadie para jugar. Ya no había con quien saltar la goma o montar en bicicleta. Se acabaron las inspecciones al garaje de su casa, aquel que tenía unas escaleras estrechísimas que conducían a la cocina. Cesaron nuestras aventuras y las expediciones dentro del límite municipal dejaron de tener interés para mí.
Entonces, el tiempo, y más para una niña, se dilató como la goma que tanto nos entretuvo. No lo llenaban mis Barriguitas ni Nancy con todos sus vestidos, no lo llenaba la tele ni los libros que cogía en el bibliobús (os confieso que siempre me apasionó el día de bibliobús, lo esperaba con impaciencia), pero en casa siempre había papel y boli.
Empezaron los cuentos cortos, los de apenas folio y medio, sobre cualquier cosa:


Después, esas historias evolucionaron al mismo ritmo que lo hicieron mis inquietudes sexuales. El amor y la curiosidad por el sexo aparecieron en mis relatos, cada vez más largos: ya escribía por capítulos, recortaba, ilustraba… sólo conservo un par de cuadernos de todo aquello, el resto murió en una pira con la que mi querido padre quiso hacer «limpieza» de todo lo que consideró «trastos innecesarios».


Veo estos cuadernos y me digo que la escritura llamaba entonces a mi puerta, pero la vida se empleó a fondo para dejarla bien cerrada durante unos cuantos años más.
El instituto volvió a cambiar mi vida. Recuerdo perfectamente el desembolso que suponía a mis padres poder pagar sólo el autobús que nos llevaba hasta Benavente: 8000 pesetas al mes por cada una, tres en total, 24000 pesetas para el presupuesto de una familia sin ingresos fijos, pues sus trabajos iban y venían.
Empecé a trabajar para poder contribuir a los gastos que generaba. De forma esporádica lo hice para dos señoras del pueblo a las que ayudaba en las tareas domésticas algún que otro fin de semana. Las que habitualmente residían fuera, también me requerían para poner su segunda residencia a punto antes de las vacaciones. También trabajé en un quiosco de helados en las piscinas de Benavente, donde mi salario era el 10% de la caja. Recuerdo que los días flojos rondaban las mil pesetas y los días buenos las dos mil, por trabajar de 12 a 21 horas todos los días de un mes de agosto, viendo tras el mostrador como otros niños de mi edad se divertían en el agua con su grupo de amigos.
La vida, entonces, viró a complicada. Ya no hubo tiempo donde antes sobraba. El nivel de las clases era más exigente y, cuando no había clases, tenía que trabajar. La escritura quedó reducida a mis diarios personales, al desahogo, no había cuentos ni relatos cortos. No quedaba espacio para la fantasía. Y así fue durante toda mi vida académica, aunque la elección de Biblioteconomía y Documentación como especialidad universitaria me mantuvo especialmente ligada a los libros, no tanto a la narrativa.
– Clases entre semana + trabajo en verano y fines de semana = poco tiempo para pasiones.
De aquella época, ya os digo, conservo sobre todo diarios personales, ese pretendía ser el destino de todos mis anhelos, el confesionario de sentimientos, el almacén de impotencias, el baúl de mis inquietudes, la cárcel de soledades.
Hasta aquella mañana de principios de siglo en que mi abuela Herminia me confesó su anhelo por volver a la tierra.
«He enterrado a todos mis padres, a todos mis hermanos e incluso a dos hijos. Ya estoy cansada de vivir».
Y, aunque aún le quedaba mi madre y un buen puñado de nietos, entendí su dolor. Imaginé mi vida sin toda la gente que la llenaba en ese momento y comprendí el peso que provocan los años y las vivencias. Escucharla fue pura inspiración. Tal vez, esa fue la primera ocasión en la que escribí consciente de que tenía algo que decir, algo que hacerle saber al mundo. ¡Qué historia la suya!

Así, poquito a poquito, charla a charla, Cielos de miel y barro fue cogiendo forma. Una saga que pretende reflejar la vida de aquellas generaciones que coincidieron con hechos muy relevantes de la historia de España. Hace 100 años se vivía de forma muy diferente, más en una zona rural de la provincia de Zamora.
¿Te apetecería viajar a 1920, sumergirte en otra realidad y vivir conforme a sus convicciones? ¿Cómo te despedirías de un hermano que se va a la guerra? ¿Tolerarías el maltrato físico en tu educación o en tu matrimonio? ¿Qué restricciones le pondrías al amor?
Mi hermana Rosa fue la primera en leerme, cuando aún no sabía que haría con aquellas primeras páginas. Me impulsó a seguir, me dijo que aquello sería un best seller. Ahora, a tiempo corrido, me río de nuestras ignorantes ilusiones.
El «apasionante» mundo literario.
Sí, mi hermana me animó a seguir, a no dejar aquello estancado en un pendrive (imagino que ese es el papel que juega la familia de los que soñamos con ser escritores). Toda mi familia me impulsó a hacerlo en realidad.
Ellos no leyeron Cielos de miel y barro, el manuscrito que llegó a manos de los míos se titulaba Los descendientes del 13. No difiere tanto en realidad del contenido definitivo del libro, tan sólo se descartó un preámbulo que consideraron prescindible, por estar protagonizado por un personaje que no aparecería más en la historia. No tengo objeción en mostraros ese previo excluido por no estar vinculado al resto, aunque para mí la conexión era mas que evidente, era el comienzo de una saga. En el siguiente enlace podéis descargar el documento y leerlo, por si despierta vuestra curiosidad, ya me diréis que opináis.
Recuerdo que, por aquella época, mi familia me regaló un libro de Stephen King titulado Mientras escribo, en el que el prolífico autor compartía su experiencia literaria y facilitaba una serie de consejos más que prácticos para todos los que nos planteábamos entrar en este mundillo. Uno de ellos venía a decir que, antes de plantearte publicar un libro, debías dejar leer el manuscrito a diez personas de tu confianza, de edades, profesiones y gustos diferentes. Vamos, una forma de calibrar la respuesta del público. Según Stephen King, dos críticas positivas de las diez eran suficientes para impulsarte a dar el siguiente paso.
Seguí a pies juntillas ese consejo (entre unos cuantos más), presté mi manuscrito y esperé opiniones. De las diez personas, ocho lo leyeron con gusto, se emocionaron con la historia y empatizaron con los personajes. Las dos personas restantes ni siquiera terminaron el libro, asegurando que llegaba un punto en el que se perdían entre el galimatías de personajes que había creado.
Yo seguí adelante.
Contraté los servicios de una agencia literaria salmantina, Hera Ediciones, porque además de agentes eran correctores, ponían a punto tu manuscrito y, si lo consideraban de calidad, accedían a representarte. Esperé medio año hasta que el libro estuvo a punto, después de pagar un euro por página. La recomendación de la que pasó a ser mi agente fue suprimir el preámbulo y cambiar el título, por lo demás, consideró…
A modo de resumen, podemos decir que es una historia que llega al lector, que le emociona en muchos momentos, con unos personajes muy bien desarrollados con los que el lector se identificará, sufrirá, se lamentará… terminará haciéndolos suyos, y que sólo requiere una revisión de los elementos que ya hemos indicado para que tenga la calidad que las editoriales solicitan. La base es muy, muy buena, sólo falta redondearlo.
Amalia Sánchez, creadora del grupo Hera Ediciones.
Podéis imaginaros la ilusión que me colmó en ese momento. El hecho de que reiterasen el muy bueno aumentaba mis posibilidades de pasar a ser representada, para mí era un paso importante, era aliarte con alguien que sabía cómo moverse en ese mundo en el que yo empezaba a caminar.
Me amoldé a sus sugerencias sin sufrir, sin pensar que se eliminaba parte de mi esencia. Efectué los cambios que me solicitaron y, en cuestión de un par de meses, firmaba mi primer contrato de representación. ¿Qué paso entonces? La respuesta es sencilla: sólo el tiempo, nada más. Cuando les preguntaba qué tal iba la búsqueda de editorial, me decían que había una especialmente interesada, que era cuestión de días que dijesen sí. Pero los días se convirtieron en semanas y después en meses.
Me desesperé. No supe tener la paciencia que requiere este mundo. Ahora sé que hay editoriales que tardan hasta 14 meses en responder, si lo hacen. Pero entonces pensaba que el margen había sido amplio y que, tal vez, mi agente no se estuviese moviendo todo lo necesario.
Decidí buscar editorial por mi cuenta. En apenas un mes, dos estaban dispuestas a editarme de forma gratuita (Atlantis y Seleer), la otra (de la que no recuerdo el nombre) me ofrecía una coedición con un coste que superaba los 5000€… ¿estamos locos? Ni siquiera los he ganado con tres libros editados.
En foros literarios busqué información al respecto de cada una de esas editoriales. En los comentarios podía leer de todo, desde autores satisfechos a otros que se sentían completamente estafados. Solicité recomendación a mi agente, se negó a dármela porque no trabajaba con esas editoriales. Me sentó tan mal que releí ambos contratos de edición y, como ambos respetaban mis derechos de propiedad intelectual, me decanté por el que parecía tener mejor distribución. Y firmé, con Seleer, con un requisito que pesaba sobre todos los demás: la novela debía dividirse en dos partes, según ellos, nadie pagaría por un libro tan extenso tratándose de un autor desconocido. Lo comprendí, accedí.
Valga para autores noveles todos los datos que voy a dar a continuación. El primero y más importante es que nunca firméis un contrato con una editorial sin que lo vea antes vuestro abogado, eso de antemano.
En mí caso, Seleer me ofreció un contrato para una edición con distribución física en sus librerías de forma tradicional. Aseguraban trabajar con más de 3000 librerías de todo el mundo. Primero empezaría en España y, si las ventas iban bien, entonces daría el salto internacional. Todo sonaba fantástico, tanto que no podía ser cierto, como después se demostró.
Para empezar, la calidad del libro era muy deficiente, pero costaba 22 euros (530 páginas), lo cual me parecía del todo incongruente (cuando lo edité por mi cuenta pasó a costar 17,95 por 570 páginas). No podía exigir nada, ellos tenían la última palabra en diseño y precio del libro, pero jamás imaginé que fuese tan catastrófico. La imagen de portada no tenía nada que ver con el contenido del libro, en ese momento empecé a sospechar que ni siquiera lo habían leído.
La presentación, a pesar de las previsiones…
… no te desanimes si ves que no llenas la sala, por eso precisamente dejamos de realizar presentaciones de libros, porque acudía muy poca gente…
…fue todo un éxito, nada que ver con la presentación de Los ecos del tiempo que coincidió el viernes anterior a las fiestas de la Veguilla y la gente no estaba entonces para pensar en literatura, pero eso paso después.
La cuestión es que de 3000 librerías asociadas nada. No se quedó ahí el engaño. Le ponían las cosas tan complicadas a los libreros que rara era la librería que accedía a trabajar con ellos (nadie paga por adelantado los libros de un autor novel). Además, de las plataformas online en las que me aseguraron estar, sólo estuve a la venta en Casa del Libro y con un tiempo estimado de entrega de tres semanas. La distribución resultó ser pésima, los lectores tuvieron infinitos problemas para encontrar mi libro y, para colmo, cuando releí la edición impresa tenía errores ortográficos y gramaticales que me hicieron flipar. ¿No se supone que lo había corregido mi agente a un euro la página?
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