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Una historia que desvela verdades escondidas, redime el pasado y da al futuro una segunda oportunidad.

Sebastián lo ha perdido todo: a sus padres, sus estudios, su hogar… En el abismo del duelo y el desamparo, un anciano desconocido aparece en su camino. Lo acoge por compasión, sin saber que esa noche será el principio del final… o quizá de un nuevo comienzo.

Con una prosa emotiva, envolvente y delicadamente humana, Memorias de un tiempo robado nos sumerge en el viaje interior de un joven que, al borde del precipicio, descubre que el pasado familiar esconde secretos que cambiarán su vida para siempre. Un testamento inesperado, una casa perdida en las montañas y una carta escrita con amor y culpa abren la puerta a una verdad silenciada durante generaciones.

La novela alterna con maestría presente y pasado, entrelazando la historia de Sebastián con la de Damián, un hombre marcado por un amor imposible y decisiones truncadas por las normas sociales.

En esta novela de memorias heredadas y vínculos rotos, se entrelazan el duelo, la identidad y la esperanza. Es una historia que habla de la redención tardía, de los errores que nunca se corrigieron… y de la ternura que sobreviene a la muerte. Para lectores que buscan algo más que un relato: una emoción profunda, una revelación inesperada y el susurro constante de lo que pudo haber sido. Porque, a veces, el azar no es más que la voluntad de alguien que nos amó en silencio.



Muestra de escritura.

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Cielos de miel y barro es una novela que se desliza como un susurro, pero deja un eco profundo. En ella, la vida se revela en sus formas más honestas y descarnadas: el tiempo que pasa sin avisar, las decisiones pequeñas que marcan destinos, las palabras que nunca se dicen.

Celerina, una mujer aparentemente común, sostiene con silenciosa dignidad el peso de los días. Vive entre rutinas humildes y afectos sencillos, en un entorno donde lo extraordinario se esconde en lo cotidiano. No hay gestas ni estridencias; hay ternura, resignación y una lucidez que duele. A través de sus recuerdos y de su presente, la autora construye una narración íntima, hecha de detalles que revelan mucho más de lo que parece.

Escrita con una prosa sobria, elegante y sin concesiones, Resignación nos confronta con las preguntas esenciales: ¿qué es una vida? ¿Dónde habita la dignidad cuando se ha perdido casi todo? ¿Cómo se sobrevive al olvido? Esta novela conmueve por su autenticidad, porque en el rostro de Celerina caben los de tantas mujeres olvidadas, que sostuvieron el mundo sin levantar la voz.

Esta cuarta entrega es también una reflexión sobre el paso del tiempo, la soledad elegida y la memoria que no claudica. Una obra de largo aliento emocional, perfecta para quienes buscan historias reales, narradas con sobriedad y alma.

Un viaje sereno, a veces desgarrador, hacia el corazón de la resistencia silenciosa. Una novela que no se grita, pero se queda. Como los recuerdos más puros.



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La tercera parte de la saga no es solo una novela: es un testimonio convertido en arte. En estas páginas, se revive con una precisión conmovedora el día a día de una España empobrecida, sacudida por la guerra, el hambre y las desigualdades, a través de los ojos de quienes la vivieron sin discursos, pero con el alma llena de resistencia.

La protagonista no es una heroína al uso, ni falta que hace. Celerina encarna la fortaleza discreta de quienes enfrentaron la miseria con dignidad. A su alrededor, una constelación de personajes —mujeres sin voz, hombres partidos por dentro, niños que crecen entre ausencias— construye un retrato coral donde cada gesto cotidiano tiene un eco profundo.

La autora, con un estilo sobrio, lírico y auténtico, no cae en el sentimentalismo, pero logra emocionar. La narración fluye con naturalidad, tejiendo escenas cargadas de humanidad: el valor de un trozo de pan, la complicidad entre vecinas, el desgarro de la pérdida, el alivio del recuerdo.

Es una obra que reivindica la memoria íntima frente a la Historia oficial. Una novela necesaria, que da cuerpo y alma a generaciones silenciadas. En tiempos en que olvidamos con demasiada facilidad, esta lectura nos recuerda que hubo vidas pequeñas que sostuvieron el mundo.

Cielos de miel y barro es, en definitiva, un homenaje literario a la supervivencia, la ternura y la dignidad en tiempos hostiles. Una novela que atraviesa, y que permanece.



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En Cielos de miel y barro, la historia se filtra lentamente, como la luz entre las rendijas de una casa antigua. Esta novela coral da voz a una saga familiar femenina que resiste al olvido, al desarraigo y a la desmemoria impuesta por la Historia con mayúscula.

A través de los ojos de Celerina, una mujer ya mayor, la narración nos invita a recorrer los pasillos de su memoria: la infancia marcada por la posguerra, los silencios que pesaban más que las palabras, y las heridas invisibles que se heredan entre madres e hijas como un eco que nunca cesa. Celerina es el hilo conductor, pero no está sola: Lorenza, Marcela, Tomás… todos aportan su pedazo de verdad en este mosaico íntimo donde lo personal y lo colectivo se entrelazan con fuerza.

Con un estilo contenido y poético, la autora construye un universo donde la fragilidad humana y la dignidad cotidiana conviven sin estridencias. Hay ternura, sí, pero también una poderosa reivindicación de la memoria, de los afectos sostenidos en el tiempo y de las palabras que, al fin, encuentran su cauce.

La segunda parte de la saga no solo es una novela sobre el pasado: es un espejo donde mirar nuestras raíces, una elegía a quienes vivieron en los márgenes, y una invitación a escuchar lo que permanece bajo la superficie. Porque el tiempo, al final, no se pierde: resuena.



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En Cielos de miel y barro la memoria rural late con fuerza en cada página. Esta novela nos sumerge en un mundo ya desaparecido, donde los surcos de la tierra eran también los del destino, y donde el amor, el deber, la pérdida y la esperanza se entrelazan con la misma intensidad con la que se pisaba la uva durante la vendimia.

Con una prosa rica en matices y una delicadeza narrativa que recuerda a Delibes o Ana María Matute, la autora reconstruye la vida de varias generaciones marcadas por las estaciones del campo y los ciclos familiares. La historia de Donato, Marcela, Tomás, Lorenza y Celerina nos llega como una confesión íntima, como un álbum de recuerdos rescatado del desván de la memoria colectiva.

No hay nostalgia impostada ni idealización edulcorada: aquí el barro ensucia, la nieve aísla y el amor no siempre trae hijos. Y, sin embargo, también hay belleza en los gestos cotidianos, humor en lo inesperado y ternura en los silencios compartidos.

Esta es una novela de raíces profundas, que honra a los que vivieron con lo justo y amaron con lo que tenían. Una obra que invita a detenerse, a escuchar la voz de las mujeres y hombres que construyeron su vida con las manos, y a reconocer que, en lo sencillo, también habita lo eterno.

Cielos de miel y barro es, en definitiva, un homenaje emocionado y luminoso a la vida rural de antaño. Una lectura que deja poso. Como el buen vino.